Por Jenny Soto
Tu mamá empezó a
fabricar su nido cerca de la semana 37 de gestación, en esos días se puso en
contacto conmigo para que la acompañara como doula. Ajustamos planes de parto
un día que la acompañé a su consulta prenatal y Beltrán, el médico, confirmó
los buenos augurios para tu nacimiento.
Mamá te esperaba
alrededor del 7 de abril, sin embargo escogiste nacer en la tranquilidad del
domingo 30 de marzo. No dormimos la noche anterior, tu papá mantuvo contacto
por teléfono haciendo mil preguntas, consultando la forma de apoyar a tu mamá.
Les sugerí ducha tibia, relajación y llegar a la clínica en la mañana, aun
empezaba el trabajo de parto y faltaban horas para tu nacimiento.
A las 6 am, el cuello
uterino de mamá había dilatado hasta 6cm. Ella decidió caminar por la calle y
desayunar. Luego pidió subir a la habitación para hacer su propio ambiente, nos
apoyó un viejo amigo de tu mamá, Oswaldo, un hombre muy conectado con su
esencia femenina.
Empezamos a contactar
con la energía del cuerpo a través de la música y la danza con movimientos suaves y circulares, imagino que recibiste
ese baño de placer y bienestar. Papá y mamá hacían movimientos muy sensuales con
sus cuerpos muy juntos, transmitiéndose amor, tacto y romance. Poco a poco mamá
fue sintiendo más intensas las expansiones, papá aprendió a acompañarla con
masajes y contrapresión, caminatas y movimientos sobre la esfera.
A las 5pm tu mamá
llevaba 9 cm. Había estado hermosa en su trabajo de parto, a pesar de una
tensión que le causaba dolor en la parte alta de la espalda, aún así, sabíamos
que nacerías naturalmente.
Papá acompañaba a Mamá
en su caminata por el pasillo de la clínica, solo esperábamos un poco más de
dilatación y que aparecieran las ganas de pujar. Anocheció y quedamos a la luz
de las velas, para darte un recibimiento cálido, contactar con el elemento
fuego e inspirarle fuerza a tu madre.
Mamá empezó a pujar
apoyándose de la sillita de parto, luego lo hizo en cuclillas. Todos ofrecimos
palabras de aliento, le dimos sostén a su espalda y a sus brazos mientras mamá
buscaba la posición más cómoda, la encontró echando la pelvis hacia adelante,
respirando profundamente y tomando fuerza para superar el dolor que se hacía
más fuerte y largo en ese momento, había un poco de tensión en el periné. El líquido
amniótico fluyó en uno de esos pujos y casi salpica en la cara de papá, que
estaba pendiente de verte coronar.
Hubo un instante en el
que vi a tu mamá realmente convencida de su poder, decidida y firme, fue allí
cuando naciste, tu transición fue muy cálida, te acoplaste rápidamente a la
piel de tu mamá y enseguida alumbró la placenta.
Mamá se incorporó a la
cama y el médico suturó unos cuantos puntos de un desgarro pequeño en el periné.
Aunque no lo necesitabas, porque te veías tan placentera disfrutando de la vida,
el pediatra apurado pidió examinarte en ese momento, papá te acompañó. Se que
esa separación por muy breve, no ha de ser agradable. Luego regresaste a a tu
hábitat natural, el cuerpo de tu madre, su pecho desnudo y cálido, donde
encuentras el gusto del amor y ese mismo olor que te cobijaba en el útero, allí
donde encuentras el placer.
Llena de gratitud
regresé a mi hogar, escribí esta historia de luz para quedarme con este
recuerdo de tu nacimiento, hermosa Miranda.
0 comentarios:
Publicar un comentario