Por Jenny Soto
El cuerpo de la madre es un territorio, es un continente, es
la Pachamama, es el alimento físico y psíquico, es el primer lugar en el que
ejercemos soberanía, pero solo lo podemos hacer a través de la conciencia, el
empoderamiento y el amor. El cuerpo de las mujeres es ese lugar en el que el
capitalismo y el patriarcado penetran silenciosa y profundamente. Así como lo
han hecho con el despojo a los pueblos originarios de su tierra y ahora con la
semilla transgénica. El sistema se incorpora en nuestro ser desfragmentando
nuestro cuerpo, dividiendo nuestras emociones separándonos, desvinculándonos a
través de la medicalización innecesaria y las fórmulas lácteas, biberones,
chupones, coches y toda una serie de accesorios plásticos que están en lugar
del cuerpo materno.
La primera violación al ser humano es separarlo de su madre
al nacer, interrumpir el acoplamiento armónico, natural y placentero de sus
cuerpos, frustrar la expectativa natural de nuestra especie que es seguir en el
continuo que le da la vida, su hábitat natural, lo único que conoce, su soberanía. La vida no
se halla siempre y exclusivamente en las manos de un médico y su artillería
tecnológica, hay un saber en el cuerpo y el alma de la madre que da la vida y
escapa a sus manos. Es la capacidad ancestral que se concentra en cada madre. Todas
las mujeres sabemos que nuestro cuerpo es el mejor sistema para garantizar la vida
de nuestro bebé, poseemos la temperatura adecuada, el alimento, las bacterias
que lo protegerán de enfermedades, la mejor vacuna, etc.
Si nuestro cuerpo funciona tan bien y la ciencia está en
concordancia con esto ¿por qué las mujeres no confiamos en nosotras mismas? ¿Por
qué no aceptamos nuestra intuición? ¿Por qué le entregamos nuestro cuerpo al
médico? ¿Por qué dejamos pasivamente que alguien desconocido llamado
neonatologo se lleve a nuestras criaturas indefensas? El sistema hace que
olvidemos quienes somos.
El sistema capitalista ha sabido muy bien por donde penetrar
lo más profundo de nuestro ser, lo hace a través de la sustitución de nuestras
afectividades por plástico, el capitalismo ha secuestrado a la madre verdadera.
Por eso la masa se apega a cosas materiales, consume y consume, explota a la
madre tierra, tiene hambre, tiene la sensación de no llenarse, de que necesita
más y más, surge la competencia y la envidia a todo lo que si vive. En la construcción del
socialismo, nuestra bandera tendría que ser la recuperación de la madre, la
soberanía del cuerpo, de nuestra tierra y del alimento.
En esta sociedad del conocimiento globalizado, sobra la información
científica, incluso nuestra legislación, señala a la leche materna como un alimento con múltiples
beneficios para la madre, el bebé, la familia y la sociedad. Ahora más que
nunca hay información, pero al mismo tiempo hay confusión. Recitarle a una
madre los beneficios de la lactancia no es suficiente para convencerla de que
amamante. La información racional no es algo que convenza a una madre en puerperio,
en el fondo muchas mujeres sienten que han perdido algo cuando llega la
maternidad, en vez de sentir que han ganado, hay algo que no saben, que no ha
sido lógicamente comprendido y que tampoco ha sido nombrado. Eso que las
mujeres han perdido es el vínculo con sus bebés, es la represión del deseo
materno, en palabras de la investigadora antipatriarcal Casilda Rodrigañez, es el vacío, la carencia, la
frustración de no vivir eso que espera la especie humana después del
nacimiento, cuando tenemos el pico más alto de oxitocina, la hormona del amor,
es allí cuando mamá y bebé se enamoran ¿por qué justo en ese momento se llevan
la a cría? ¿por qué nos quedamos sin agresividad para defender a nuestra cría,
para defender la vida? Eso que espera el ser humano al nacer es la mirada, el
tacto, el reconocimiento, la voz, el latido del corazón, el olor y el sabor de
la leche tibia.
Las rutinas neonatales aplicadas a los recién nacidos le han
hecho mucho daño a la humanidad. Repensemos y cuestionemos ese protocolo
médico. Lo urgente y necesario es el encuentro madre-bebé. Esa es la clave de
nuestra revolución.
La consecuencia de esta separación pesa cuando a la madre se
le dificulta amamantar y cuando se rompen los pezones, luego viene el rechazo
de la teta y la falta de motivación para amamantar. Recuperar el vínculo y la
magia cuesta, pero es posible, en esa labor participamos las doulas,
facilitadoras de nacimiento y consejeras de lactancia, dándole contención y
amor a la madre para que se encuentre con su bebé, retomando el contacto piel a
piel y protegiendo la producción de oxitocina. Lamentablemente las
corporaciones de fórmulas lácteas y artículos para bebés han abarcado más
espacios, tienen publicidad, médicos y pediatras a su favor. Para una madre que
no está contenida y que le duele la lactancia es mucho más fácil ceder al uso
del biberón.
El cuerpo de la madre es el primer escenario para hacer valer la soberanía, para combatir
el capitalismo y el patriarcado, después de ganar este espacio lograr la utopía
será mucho más sencillo. Los valores humanos, el amor, la equidad, la
solidaridad serán cuestiones incorporadas naturalmente en nuestro ser, no será
necesario desgastarnos en disciplinas rígidas para enseñar las buenas
conductas, para el ser humano será importante cuidar la vida, su entorno, el
ambiente. El ecosocialismo sería una forma de vida naturalmente asumida.
¡Hagamos del nacimiento respetado la bandera de nuestra
política socialista y revolucionaria!
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