Maternidad en capitalismo: lucha contracorriente
Por Jenny Soto
El sistema capitalista, por ende machista, le asigna a la mujer la maternidad como un rol impuesto de forma indigna. En primer lugar existe una intensa presión para que las mujeres asumamos el trabajo de la reproducción y cuando finalmente lo asumimos y queremos disfrutarlo, nos convertimos en madres invisibles, abandonadas y luchadoras contracorriente.
Un ejemplo de ello es que para que la nueva Ley Orgánica del Trabajo reconociera legalmente nuestro derecho a un postnatal más prolongado, las mujeres venezolanas tuvimos que dar una fuerte lucha política, pero la lucha continúa porque hubo un avance pero en realidad se necesita más aún.
Es así como la maternidad se convierte en otro medio para acentuar la violencia y la discriminación hacia las mujeres, a quienes les cuesta más que a los hombres lograr de forma igualitaria un desarrollo profesional y económico.
En un sistema capitalista existen pocas posibilidades para una maternidad digna, respetada y para la crianza en comunidad, cuestión que se debe asumir como tal por ser un asunto político, pues se trata de los futuros ciudadanos y ciudadanas de la patria. De la formación que ellos reciban depende que nuestra sociedad esté constituida por seres humanos con autoestima, con amor para dar al prójimo, con fuerzas para luchar por la revolución o por seres humanos violentos, machistas y con baja autoestima, quienes repetirán las conductas destructivas que vieron como imagen ideal del éxito y para quienes se construirán más cárceles, tratamientos antidrogas o clínicas siquiátricas.
El contacto estrecho que deben tener los bebés con sus familias se ve obstaculizado en este orden social. Así vemos como en las maternidades los bebés tienen contacto en primer lugar con un médico desconocido y un biberón, en lugar de ser recibidos por las manos de su padre y ser colocados en el pecho de su madre de inmediato. Luego vemos como desde muy pequeños los bebés son depositados en guarderías durante 8 horas y al llegar a casa los espera la televisión con su carga violenta y alienante.
Las madres que queremos tener un parto digno y criar con apego, atendiendo las necesidades de nuestros bebés, sin que nuestro rol de madres esté reñido con nuestra participación en el entorno público, tenemos todo un sistema en contra y luchamos contracorriente.
No se llevan estadísticas de cuantas madres solteras se ven obligadas a detener su sueño de formarse en la universidad por tener que trabajar para mantener a un hijo o hija. Por el contrario, conocemos muy pocos hombres que se retiran de sus estudios o que les cuesta ascender en cargos en su trabajo por cuestiones de crianza.
Toda la sociedad debería acompañar el proceso de crianza, una forma sería creando salas de lactancia en todos los centros de trabajo y de estudio y lugares para el cuidado infantil con la participación de padres y madres formados.
En las comunidades deberían existir grupos de apoyo y de formación para padres y madres, consejería en lactancia materna, en asuntos de pareja y de crianza y salas para partos de bajo riesgo atendidas por parteras profesionales, quedando los hospitales solo para emergencias.
La maternidad no es un negocio, pero en eso lo ha transformado el capitalismo. Las cesáreas innecesarias, los partos medicalizados, los biberones, las formulas, los accesorios inútiles, los pañales desechables, las guarderías, las medicinas por enfermedades evitables con lactancia materna, son todos síntomas de esta perversión.
Además, en este orden impuesto, se discrimina y se presiona a la mujer por faltar al trabajo por atender cuestiones de crianza, dificultades para estudiar, trabajar y criar etc. negándosele de esta forma el espacio y la posibilidad de cuidar la vida para la paz y la transformación del mundo.
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