jueves, 8 de marzo de 2012

Testimonio de una maternidad libre

2012 comenzó con el pie derecho



Por Louisiana Panagua

Mariana se despertó a diez minutos para las doce de la noche y recibió el año en mis brazos. Vimos juntas el espectáculo de los fuegos artificiales que se estrellaban contra el techo negro que cubría la ciudad. Aunque estábamos en una casa ajena y rodeadas de personas amorosas, pienso que no podía tener mejor compañía en el mundo para ese momento que mi propia hija. Mi primer abrazo fue para Mariana, largo y cargado de emociones.

El 1° de enero era el primero de treinta y siete hermosos días de unas merecidas vacaciones. Y Mariana conmigo, yendo a todos lados embutida en el rebozo. Fuimos a Mochima, Maracay, El Hatillo y Caracas. Paseamos en metro un montón de veces y siempre nos pasaba los mismo, las personas a nuestro alrededor caían rendidas ante sus encantos. Recordé con frecuencia las palabras de mi amiga Nathaly: Nunca más estarás sola.

A medida que los días pasaban, pensaba en el momento de regresar a trabajar. No tanto por la libertad que uno goza durante las vacaciones, sino porque debía separarme de Mariana. Ya había tenido una experiencia de separación cuando me reincorporé del reposo postnatal. Ella se quedaba al cuidado de mi Lya, mi hermana, y todos los días escuché el cuento de su llanto eterno al notar que yo no estaba allí. Una noche, Lya me comentó que cuando yo no estaba Mariana era una niña seria y apagada, pero cuando yo volvía ella parecía otra, estaba dispuesta a reírse y a jugar con sus primos.

Cada vez que pensaba en el regreso al trabajo, evocaba el momento en que me despedía de Mariana. Me recuerdo arrastrando los pies y una sensación en el pecho como si tuviera el corazón hecho una pasita. Pasaba el día ocupada, pero la mente estaba con mi hija. ¿Estará llorando?, ¿ya habrá comido?, ¿qué estará haciendo?

La rutina después del postnatal era realmente cansona, debía despertarme suficientemente temprano para desayunar, dar teta, bañarnos, arreglarnos, arreglar los bolsos, tomar dos buses para llegar a casa de Lya, ir a trabajar, ir a casa de mi hermana, llegar a dar teta, almorzar, dar muuucha teta, dormir a Mariana, volver a trabajar, salir a buscar a Mariana, tomar un taxi a casa. Llegar a casa remamada y tomarme un tiempo para jugar y dar teta hasta que Mariana se quedara dormida.

No me gustaba esa rutina y menos cuando Lya me dijo que Mariana no quería la leche ordeñada que le dejaba ni su leche (ella todavía amamanta a su hijo menor) y prefería la abstinencia hasta que yo llegase. A partir de ese momento todo era una sola carrera. Quizá por eso a las mamás se les hace más fácil a recurrir al uso de la fórmula. Pero yo no quería eso. Yo seguía (y sigo) empeñada en darle solo de mi leche.

Y sí, me encanta mi trabajo como librera, pero durante mis vacaciones me fui desmotivando. Pensaba mucho en el sacrificio de separarme de mi hija para ir a trabajarle a otra gente que me sabe dispensable en su organización. Así fue como empecé a pensar en todo lo que no me gustaba de mi trabajo: no puedo poner la librería patas arriba según mis propias decisiones porque debía ponerme de acuerdo con el compañero de librería, al fin y al cabo, no es MI librería; aguantar las decisiones desatinadas de diferentes presidentes de Librerías del Sur y sus séquitos de coordinadores, quienes hacían promesas de  mejorar las operaciones y que nunca cumplían; llenar miles de informes inentendibles para que siempre concluyeran lo mismo: la Fundación solo arroja número rojos y eso es responsabilidad del librero; ver cada dos meses a la culebra de las siete cabezas que dirige el gabinete regional del ministerio y soportar la estela de malas energías y azufre que dejaba en la librería por, al menos, una semana.

Tan bien que me cae Mariana (no solo porque sea mi hija, sino porque realmente es muy simpática), tanto que me gusta darle teta, hacerle sus papillas naturales, hacerla reir, abrazarla, hacer rochela, dormirla, enseñarle a pronunciar, cantarle, jugar con ella… Y empecé a soñar con no volver nunca a trabajar para nadie. Si tuviese un negocito en casa y yo pudiese quedarme dedicándole tiempo a mi hija.

Además, quería tiempo para ayudar a otras mujeres y a sus familias a que tuviesen embarazos, partos y puerperios en consonancia con los hermosos sentimientos que genera la maternidad. Soñé mucho con crear una asociación civil que nos permitiera unirnos y apoyarnos unas a otras. Para eso necesito tiempo y dinero que no tengo.

Un día, un amigo me habló de una oportunidad de negocios que me permitiría tener más tiempo para mi hija e independizarme financieramente a mediano plazo. Me dijo que podía desarrollarlo sin dejar de trabajar hasta que yo sintiese que mi negocio me producía suficiente como para dedicarme solo a eso.Me dijo que no dejase nunca de soñar.

Para esos mismos días, hubo una noche de hogar en casa y mi cuñado, encargado del mensaje espiritual, me habló de la esperanza. Sí, me habló a mí aunque el mensaje era para todos. Dijo: No permitas que se muera tu esperanza.

Ya yo estaba soñando. Soñé despierta cada día de mis vacaciones

Para la última semana de mis vacaciones, quise ir a Caracas a pasear, a visitar a mis amigas, a encontrar personas que pudiesen asesorarme para traer a Cumaná el parto humanizado, los talleres perinatales, la crianza en tribu, el apego a través de la lactancia prolongada, entre otras corrientes de maternidad alternativa. Antes de irme, cuadré con Carolina, de la Liga de la Leche Venezuela, con Yenny del grupo de Crianza en Tribu de la UBV, con Maribi de Uno Bebé, con Sumiré y Haydeé del Hospital José María Benítez de La Victoria, entre otras organizaciones.

Mariana, mi compañerita ideal, y yo salimos una noche para Caracas. El viaje fue rematadamente largo y fastidioso porque el autobús pasó la mitad del tiempo accidentado, así que tuve mucho tiempo para soñar, pensar, pensar y pensar. Llegamos a casa de mi angelita Thady cerca de las nueve de la mañana. Algo en mi corazón decía que debía ir directo a la Fundación, por lo que salí casi de inmediato con Mariana dormida en el rebozo.

Llegamos a la sede y me dirigí sin rodeos a la oficina de recursos humanos. Sin rodeos les dije que quería renunciar. Pasé casi doce horas pensando y pensando en cómo combinar mi trabajo con mis sueños y vine a poner la torta llegandito y sin pensarlo.

Renuncié sin anestesia.

¿Y ahora?

Nada, ya terminó el mes de preaviso. Sí, ya sé que hay mucha gente que quisiera tener un empleo como el mío, que la cosa está difícil, que el país se está “muriendo de hambre”, que  el mundo se va a acabar, que ahora somos dos y que debo pensar en Mariana.

¡Si es por ella que lo hago! Para la Fundación soy dispensable, para Mariana no y no quiero perderme todas sus primeras veces por regalarme mi tiempo a una institución cualquiera. No le veo sentido a una pseudo-estabilidad ni a la dependencia de terceros que, además, no valoran mi trabajo. Mariana valora cada abrazo que le doy, cada beso mañanero, cada baño que nos echamos juntas en la ducha. Mariana valora mucho cuando despierta y estoy ahí, al alcance de su vista. No se siente sola, no siente que su mamá la abandonó. Yo estoy ahí para hacerla sentir segura.

Me preguntarán qué voy a hacer ahora. Aprender a volar. No me queda otra después de haberme lanzado en picada y sin paracaídas. Mariana y yo tomamos un rumbo nuevo, pero juntas, que es lo más importante para mí.

Y recordando una oración del blog Juan Villarino: ¡Buenos caminos!

1 comentario:

  1. Lousiana: Tu testimonio es motivador, arriesgadamente sentido, decisiones como la tuya aderezan de alegría a la vida y hace que el planeta entero cobre fuerzas con cada conexión de amor que se va tejiendo muchas veces sin que nadie más lo sepa.
    Felicidades en ese nuevo camino!

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