miércoles, 11 de junio de 2014

En mis andares de Doula

Naciste para enseñar el amor, Miranda

Por Jenny Soto

Tu mamá empezó a fabricar su nido cerca de la semana 37 de gestación, en esos días se puso en contacto conmigo para que la acompañara como doula. Ajustamos planes de parto un día que la acompañé a su consulta prenatal y Beltrán, el médico, confirmó los buenos augurios para tu nacimiento.
Mamá te esperaba alrededor del 7 de abril, sin embargo escogiste nacer en la tranquilidad del domingo 30 de marzo. No dormimos la noche anterior, tu papá mantuvo contacto por teléfono haciendo mil preguntas, consultando la forma de apoyar a tu mamá. Les sugerí ducha tibia, relajación y llegar a la clínica en la mañana, aun empezaba el trabajo de parto y faltaban horas para tu nacimiento.
A las 6 am, el cuello uterino de mamá había dilatado hasta 6cm. Ella decidió caminar por la calle y desayunar. Luego pidió subir a la habitación para hacer su propio ambiente, nos apoyó un viejo amigo de tu mamá, Oswaldo, un hombre muy conectado con su esencia femenina.
Empezamos a contactar con la energía del cuerpo a través de la música y la danza con movimientos  suaves y circulares, imagino que recibiste ese baño de placer y bienestar. Papá y mamá hacían movimientos muy sensuales con sus cuerpos muy juntos, transmitiéndose amor, tacto y romance. Poco a poco mamá fue sintiendo más intensas las expansiones, papá aprendió a acompañarla con masajes y contrapresión, caminatas y movimientos sobre la esfera.
A las 5pm tu mamá llevaba 9 cm. Había estado hermosa en su trabajo de parto, a pesar de una tensión que le causaba dolor en la parte alta de la espalda, aún así, sabíamos que nacerías naturalmente.
Papá acompañaba a Mamá en su caminata por el pasillo de la clínica, solo esperábamos un poco más de dilatación y que aparecieran las ganas de pujar. Anocheció y quedamos a la luz de las velas, para darte un recibimiento cálido, contactar con el elemento fuego e inspirarle fuerza a tu madre.
Mamá empezó a pujar apoyándose de la sillita de parto, luego lo hizo en cuclillas. Todos ofrecimos palabras de aliento, le dimos sostén a su espalda y a sus brazos mientras mamá buscaba la posición más cómoda, la encontró echando la pelvis hacia adelante, respirando profundamente y tomando fuerza para superar el dolor que se hacía más fuerte y largo en ese momento, había un poco de tensión en el periné. El líquido amniótico fluyó en uno de esos pujos y casi salpica en la cara de papá, que estaba pendiente de verte coronar.
Hubo un instante en el que vi a tu mamá realmente convencida de su poder, decidida y firme, fue allí cuando naciste, tu transición fue muy cálida, te acoplaste rápidamente a la piel de tu mamá y enseguida alumbró la placenta.
Mamá se incorporó a la cama y el médico suturó unos cuantos puntos de un desgarro pequeño en el periné. Aunque no lo necesitabas, porque te veías tan placentera disfrutando de la vida, el pediatra apurado pidió examinarte en ese momento, papá te acompañó. Se que esa separación por muy breve, no ha de ser agradable. Luego regresaste a a tu hábitat natural, el cuerpo de tu madre, su pecho desnudo y cálido, donde encuentras el gusto del amor y ese mismo olor que te cobijaba en el útero, allí donde encuentras el placer.

Llena de gratitud regresé a mi hogar, escribí esta historia de luz para quedarme con este recuerdo de tu nacimiento, hermosa Miranda.

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