miércoles, 1 de febrero de 2012

Crónica de un parto medicalizado

 PARIRÁS CON DOLOR...

Por Jenny Soto
 
La mancha roja en la ropa interior de Gaby fue la señal de que estaba entrando en trabajo de parto. Aún no le habían empezado los dolores pero decidió ir al hospital, estaba cumpliendo 40 semanas de embarazo. Ella tenía buen ánimo, estaba fuerte y bella.

Eran las 8:00 de la mañana. En seguida se dirigió desde el populoso Petare, en el extremo este de la ciudad hasta el congestionado centro de Caracas donde está la maternidad pública. Más del 70% de los niños y niñas venezolanos nacen en los centros de salud públicos.

En la maternidad se respiraba el aroma limpio de sus paredes blancas, todo era nuevo, aséptico y de última tecnología, resaltaba cada gesto profesional de las enfermeras, médicos y médicas, quienes lucían atuendos impecables, guantes, tapabocas, estetoscopios, toda una artillería para combatir a las enfermedades. Muy por debajo de esa superioridad y sabiduría médica están las parturientas y sus familiares.

“Aun no ha dilatado, regrese mañana”... Así de seca fue la respuesta que le dieron a Gaby. Lo mismo le dijeron al siguiente día cuando volvió. Sin embargo esta vez no regresó a su casa, se quedó en espera junto a su compañero. Eran las 11:00 de la mañana, a pesar de ser primeriza, su instinto le decía que estaba en trabajo de parto.

A las 8:00 de la noche. “¿Otra vez tú aquí?”, le dijo molesta la misma mujer. En tono similar le respondió Gaby y exigió ser examinada porque estaba sangrando mucho. De mala gana la ingresaron y al revisarla tenía 4 centímetros de dilatación.

“Hasta aquí llega usted señor”… le dijeron al padre del bebé, quien no supo más nada de ellos hasta el día siguiente. Hubo un silencio incómodo.

La mandaron a bañarse corriendo, la rasuraron y le rompieron membrana. Se salvó del enema. La vistieron con una de esas batas médicas desechables, que para el frío que hace allí, son muy ligeras.

La sentaron en una silla de ruedas y quedó al final de una cola de parturientas. Gaby observó sus rostros de resignación, estaban todas dobladas, algunas recostadas a la fría pared de cerámica azul, las bolsas de suero colgaban al costado de cada silla. Todas mujeres sanas a punto de parir que parecían enfermas y ahora ella también. Mujeres que protagonizarían un momento inolvidable en sus vidas estaban de “pacientes”. Allí el tiempo estuvo detenido largo rato.

“Sigues en la cola, para que te revise la doctora”… fue lo último que le dijo la enfermera. Ahora la ingresaron a una sala amplia y la acostaron en una cómoda camilla. Las parturientas gritaban, se quejaban y estaban a punto de desvanecerse ante la presencia indolente de las enfermeras.

Apenas había espacio para caminar entre las camas y al ver a todas las mujeres uniformadas, organizadas en filas y recibiendo órdenes, se le vino el pensamiento de que el nacimiento en los hospitales es como “una producción en serie”, van unas tras otras, bebés tras bebés, les aplican la misma rutina, los médicos van produciendo partos.

A las 10:00 de la noche le aceleraron el parto con Pitosin, sin consultarle y sin darle ninguna explicación. “Sentía que me iba a morir del dolor desde que me pusieron ese medicamento.”

Enfermeras y doctores entraban, revisaban, hacían tactos vaginales delante de todo el mundo, daban órdenes “a la 1 le falta, la 2 al quirófano, ingresen a la 3…” el trato es impersonal, no se molestan en dar explicaciones a las parturientas.

Durante todo ese proceso, el dolor se iba haciendo cada vez más intenso. “Es como si algo te estuviera presionando en el vientre hacia abajo, es electrizante”. Por fin dieron la orden y la ingresaron a la sala de parto. Era primera vez entraba a ese lugar, lucía esterilizado, con un montón de aparatos raros, impecable y muy iluminado.
 
Gaby no tuvo opción, debía acostarse boca arriba con las piernas levantadas, subordinada ante el “experto”quien lo controla todo, en ese momento ordenó que le aplicaran la anestesia epidural.

Había mucha gente desconocida observándola, a su alrededor un grupo de estudiantes presenciaban como practicar una episiotomía (El corte en la vagina), a pesar de que su caso en particular no lo requería. Quien necesitaba cumplir con un record de episiotomías era un pasante que la estaba atendiendo.

Se concentró por un instante, en medio de tanta presión fue valiente, pujó fuerte entre las contracciones y finalmente dio a luz a su hijo.

“Al verlo lloré de la emoción, vi como le cortaron el cordón umbilical, lo colgaron boca abajo y enseguida lloró. Sentí alivio porque no le dieron la típica nalgada. Me lo dieron, le dije  ¡hola hijo! Allí abrió los ojos. Si estuve 5 minutos con él fue mucho, enseguida se lo llevaron. Lo detallé muy bien para que no se me olvidara su carita.”

La enfermera se llevó al bebé. En el reanimador, el pediatra lo aspiró, luego lo pesó, lo midió, le puso gotas en los ojos, una inyección de vitamina K y no le permitió recibir lactancia materna inmediata, ni el calor de su madre, por el contrario su primer alimento fue un tetero con una fórmula láctea para niños de 6 meses. Para terminar de darle una bienvenida violenta, lo llevaron al frío retén a pasar la noche en observación. Entretanto, a la madre le extrajeron la placenta y la suturaron.

Gaby acababa de vivir la experiencia más grande de su vida y estaba orgullosa por haber podido parir por si misma, pero sentía que ni ella ni su hijo habían recibido un trato digno. A él no lo tenía en brazos y ni siquiera le habían dicho como estaba. Ambos tuvieron una mala experiencia, después de 9 meses juntos, fueron separados abruptamente. Lo normal es que esto no se denuncie porque casi no se conoce la Lopna y mucho menos la Ley de promoción y protección a la lactancia materna, donde se condena la interrupción del vínculo madre-bebé.

A ella la trasladaron a otra sala donde pasó la noche desconsolada. Dormía a ratos y recordaba con insistencia los ojitos de su bebé. Había silencio, ella estaba aislada y sin poder comunicarse con su familia. Apenas vestía con esa bata médica azul que le dieron, sin ropa interior.

El más satisfecho en toda esta historia probablemente fue el médico, quien hizo “un buen parto”, aumentó el número de bebés traídos al mundo, de episiotomías, de tactos vaginales y realizó una excelente labor académica.

A las 11:00 de la mañana del día siguiente, Gaby pudo reencontrarse con su hijo. Cuando lo vio estaba desnudo y morado del frío. Enseguida lo abrazó y le dio pecho. El bebé hambriento supo como prenderse del pezón inmediatamente y allí se quedó plácidamente dormido.
Una madre le prestó una funda de almohada para arropar al bebé, mientras otra compañera le prestó el celular y fue así como pudo comunicarse con su familia para informarles que el horario de visitas era de 5:00 a 6:00 de la tarde.

En aquellos días no había agua en la maternidad, de modo que las parturientas tenían que recolectar agua en botellones de refresco para bañarse. Allí estuvo 3 días más hasta que le dieron de alta, sin embargo, el bebé quedó hospitalizado por una infección sobre lo que no dieron muchas explicaciones. Se fue a casa sin el niño y al verse sola rompió en llanto.

Al día siguiente fue a la maternidad en la mañana para amamantar al bebé durante sólo los 15 minutos permitidos, mientras que en la tarde pudo verlo a través de un vidrio en el retén durante la visita de 5:00 a 6:00. Así transcurrieron 2 días más hasta que el niño fue dado de alta. En casa continuó el tratamiento con antibióticos para el bebé durante algunos días más. Ambos superaron el trance, se recuperaron y están saludables.

Sin embargo esta experiencia pudo haber sido muy distinta, pudo haber sido placentera y hasta orgásmica, tan solo si esta cultura occidental tecnificada no hubiera olvidado oír a nuestro propio cuerpo. Esa sentencia maldiciente inscrita en la Biblia que condena a la mujer: “Parirás con dolor”, no tiene porque ser así. Los adelantos tecnológicos pueden ser utilizados con criterio humanista. La lucha contra la violencia que aqueja a nuestra sociedad debería comenzar por la erradicación de la violencia obstétrica, tipificada como delito en la Ley del derecho de la mujer a una vida libre de violencia y por la implementación del parto y el nacimiento humanizados.

Fotos en la Maternidad Santa Ana: REUTERS / Carlos Garcia Rawlins

2 comentarios:

  1. Es triste que la vivencia de un parto sea un recuerdo triste, amargo o de rabia debido al tipo de atención que recibieron la madre y el bebé, aquí en venezuela contamos con la LEY ORGÁNICA QUE NOS PROTEGE A LAS MUJERES DE LA VIOLENCIA OBSTÉTRICA, ASÍ QUE DESPIERTEN MUJERES Y HOMBRES TENEMOS DERECHO A UN PARTO DIGNO, RESPETADO Y HUMANIZADO "NO DEJES QUE TE ACUESTEN LA LEY LO PROHIBE", NUESTROS HIJOS TIENEN DERECHO A UN NACIMIENTO DIGNO, RESPETADO Y HUMANIZADO TENEMOS DERECHO A INICIAR LA LACTANCIA MATERNA EN LA PRIMERA MEDIA HORA DE VIDA DE NUESTROS HIJOS, TENEMOS DERECHO A QUE MAMÁ Y BEBÉ NO SEAN SEPARADOS AL NACER,NO IMPORTA SI ES UN HOSPITAL O EN LA CLÍNICA MÁS COSTOSA. HAY QUE EXIGIR QUE SE CUMPLA!!!!
    sumire vivas

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  2. Que rabia me da cuando escucho este tipo de historias.
    para los doctores y enfermeras la parturienta es un número más, sólo adquiere relevancia si se muere. ientras que apra una es de las experiencias más importantes y maravillosas de la vida.
    Que tristeza

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